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. Hola, bicho  dice Laura, muy cerca de la orejita rosada de su hijo.Está orgullosa de susosiego maternal, de su derecho sobre el niño.La incomodan sus lágrimas.¿Piensa la gente que es una madre excesivamente protectora? ¿Por qué Richie se comporta así tan amenudo? ¿Ha hecho todo lo que tenía que hacer?  pregunta la señora Latch. Sí.Más o menos.Muchas gracias por haber cuidado a Richie. Oh, lo hemos pasado muy bien juntos  dice ella, cordial, irascible.Puede traerlecuando quiera. ¿Te has divertido?  pregunta Laura. Siii  dice Richie, amainando su llanto.Su cara es una agonía en miniatura deesperanza, tristeza y confusión. ¿Has sido bueno?El niño asiente. ¿Me has echado de menos? ¡Sí!  dice él.; Bueno, he tenido que hacer muchas cosas  dice Laura.Tenemos que organizarle apapá un cumpleaños estupendo esta noche, ¿verdad?Él asiente.Sigue mirando a su madre con una suspicacia avergonzada y lacrimosa, como siella quizá no fuese su madre.Laura paga a la señora Latch, acepta un ave del paraíso de su jardín.La señora Latchsiempre regala algo  una flor, galletas , como si esa dádiva fuera el objeto de pago ycuidar del niño una tarea gratuita.Laura se disculpa de nuevo por su tardanza y alega lallegada inminente de su marido para cortar en seco la conversación habitual de quinceminutos; mete a Richie en el coche y se aleja con un último y exagerado saludo con lamano.Sus tres pulseras de marfil entrechocan.Cuando ya están lejos de la casa, Laura le dice a Richie:  Chico, oh, chico, estamos en un apuro ahora.Tenemos que volver pitando a casa ypreparar esa cena.Hace una hora que deberíamos estar en casa.El asiente, solemnemente.El peso y el grano de la vida se reafirman; el sentimiento deinanidad se desvanece.Este instante de ahora, a medio camino de la manzana, en que elcoche se aproxima a una señal de stop, es inesperadamente amplio y quieto, sereno: Lauraingresa en él como entraría en una iglesia desde una calle ruidosa.A ambos lados,aspersores arrojan conos brillantes de rocío sobre los céspedes.El sol crepuscular dorauna cochera de aluminio.Es inefablemente real.Se identifica a sí misma como esposa ymadre, embarazada de nuevo y conduciendo a casa, entre cortinas de agua que asciendenen el aire.Richie no habla.Observa a su madre.Laura frena ante la señal de stop.Dice: Es bueno que papá trabaje hasta tan tarde.Nos dará tiempo para arreglarlo todo, ¿nocrees?Él le lanza una ojeada.Sus miradas se encuentran y ella ve algo en los ojos de Richie queno reconoce del todo.Sus ojos, toda su cara, parecen iluminados desde dentro; por primeravez, parece estar sufriendo una emoción que ella no capta. Cariño  le dice , ¿qué te pasa?Él dice, más alto de lo necesario. Mamá, te quiero.Hay algo raro en su voz, algo estremecedor.Ella nunca le ha oído antes ese tono.Suenafrenético, ajeno.Como si fuera la voz de un refugiado que habla un inglés rudimentario ytrata desesperadamente de comunicar una necesidad cuya expresión verbal no haaprendido todavía. Yo también te quiero, cielo  contesta ella, y aunque ha dicho estas palabras miles deveces, nota el nerviosismo amortiguado que se aloja ahora en su garganta, el esfuerzo quele cuesta ser natural.Acelera en la intersección.Conduce con cuidado, con ambas manospuestas en el volante.Parece que el niño se echará a llorar de nuevo, como hace tan a menudo, de una formainexplicable, pero sus ojos permanecen brillantes y secos, y no parpadean. ¿Qué tienes?  pregunta ella. Él sigue mirándola.No pestañea.Él sabe.Tiene que saber.El niño sabe que ella ha estado en algún lugar ilícito; sabe queestá mintiendo.La observa constantemente, pasa casi todas sus horas de vigilia enpresencia de su madre.La ha visto con Kitty.La ha observado mientras hacía una segundatarta y la ha visto enterrar la primera debajo de otras basuras, en el cubo que hay junto alde la basura [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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