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.Ésta era una pequeña gruta de paredes llenas de protuberancias y negras del mugre y el hollín acumulados durante décadas.Era cálida y estaba iluminada por un par de candelabros, de los que se desprendía un humo que inundaba gratamente la estancia (el humo salía lentamente de la caverna a través de grietas naturales y agujeros del techo).Había varias mesas toscamente talladas y banquetas, donde los vampiros que llegaban podían sentarse a descansar o a comer (las patas de las mesas estaban hechas de huesos de animales grandes).Junto a las paredes había cestas hechas a mano llenas de zapatos, que los recién llegados podían utilizar.También podías informarte de quién asistía al Consejo: había una gran losa negra sobre una pared, con el nombre de cada vampiro que iba llegando grabado en ella.Mientras nos sentábamos a la larga mesa de madera, vi a un vampiro subirse a un escabel y añadir nuestros nombres a la lista.Tras escribir el de Harkat, añadió entre paréntesis “una Personita”.No había demasiados vampiros en la tranquila y neblinosa Cámara: sólo estábamos nosotros, algunos más que habían llegado hacía poco, y un par de aquellos guardias de los uniformes verdes.Un vampiro de largos cabellos, sin camisa, se acercó a nosotros con dos barriletes redondos.Uno estaba repleto de barras de pan duro, y el otro, medio lleno de ternillosos pedazos de carne cruda y también cocida.Cogimos cuanto quisimos y nos sentamos a la mesa (allí no había platos), empleando las uñas y los dientes para arrancar los pedazos.El vampiro volvió con tres grandes jarras llenas de sangre humana, vino y agua.Pedí un vaso, pero Gavner me dijo que debía beber directamente de las jarras.Era difícil (me empapé de agua la barbilla y el pecho cuando lo intenté por primera vez), pero era más divertido que beber de una copa.El pan estaba rancio, pero el vampiro trajo unos cuencos de caldo caliente (los cuencos habían sido esculpidos en los cráneos de diversas bestias), y tras partirlo en trozos y mojarlo en el caldo oscuro y espeso uno segundos, sabía muy bien.–Está delicioso -dije, masticando ruidosamente mi tercer pedazo.–De lo mejor -convino Gavner.Él ya iba por el quinto.–¿Por qué no prueba el caldo? – le pregunté a Mr.Crepsley, que comía el pan seco.–Porque no me gusta el caldo de murciélago -respondió.Mi mano se detuvo a medio camino de mi boca.El trozo de pan empapado que sujetaba cayó sobre la mesa.–¿Caldo de murciélago? – aullé.–Por supuesto -dijo Gavner-.¿De qué creías que era?Me quedé mirando aquel líquido oscuro en mi cuenco.No había buena iluminación en la caverna, pero al fijarme ahora descubrí una alita fina y coriácea flotando en el caldo.–¡Creo que voy a vomitar! – gemí.–No seas tonto -rió Gavner-.Te encantaba cuando no sabías lo que era.Tú sólo imagina que es una deliciosa sopa de pollo… ¡Comerás cosas peores que caldo de murciélago mientras dure nuestra estancia en la Montaña de los Vampiros!Aparté el cuenco.–La verdad es que ya estoy lleno -murmuré-.No tengo más ganas.Miré a Harkat, que apuraba la última gota de caldo de su cuenco con un grueso trozo de pan.–¿No te importa comer murciélagos? – pregunté.Harkat se encogió de hombros.–No tengo… sentido del gusto… amigos.Toda la comida… sabe igual… para mí.–¿No puedes saborear nada? – inquirí.–Murciélagos… perros… fango… No hay diferencia.Tampoco tengo…sentido del olfato.Por eso… no tengo nariz.–Eso es algo que siempre he querido preguntar -dijo Gavner-.Si no puedes oler nada porque no tienes nariz, ¿cómo puedes escuchar si no tienes orejas?–Tengo… orejas -respondió Harkat-.Están bajo… la piel.– Señaló dos puntos a cada lado de sus redondos ojos verdes (llevaba la capucha baja).Gavner se inclinó hacia Harkat sobre la mesa para examinar sus orejas.–¡Las veo! – exclamó, y todos lo imitamos como tontos.A Harkat no le importó.Le gustaba ser el centro de atención.Sus orejas eran como dátiles secos, apenas visibles bajo la piel gris.–¿Puedes oír a pesar de tenerlas bajo la piel? – preguntó Gavner.–Bastante bien -repuso Harkat-.No tanto como… los vampiros.Pero mejor… que los humanos.–¿Y cómo es que tienes orejas pero no nariz? – pregunté yo.–Mr.Tiny… no me dio… una nariz.Nunca le pregunté… por qué.Quizás a causa… del aire.Necesitaríamos… otra mascarilla… para la nariz.Era extraño pensar que Harkat no pudiese oler el almizclado aire de la Cámara ni saborear el caldo de murciélago.¡Ahora entendía que las Personitas nunca se quejaran cuando les traía aquellos animales podridos y apestosos, muertos desde Dios sabía cuándo!Iba a preguntarle a Harkat si tenía limitado algún otro sentido, cuando un viejo vampiro ataviado de rojo se sentó frente a Mr.Crepsley y sonrió.–Te esperaba hace semanas -dijo-.¿Por qué has tardado tanto?–¡Seba! – rugió Mr [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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