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.Siempre había habido mutantes.De otro modo la raza no hubiese progresado.Pero hasta los últimos cien años no habían sido reconocidos como tales.Antes habían sido meramente grandes hombres de negocios, o grandes hombres de ciencia, o grandes tramposos.O excéntricos, quizá, que no habían recibido más que piedad o burlas de manos de una raza que no permitía que nadie escapase a las normas.Aquellos que habían tenido éxito se habían adaptado al mundo, habían hecho entrar sus grandes poderes en los límites de las acciones comunes.Y habían reducido así su utilidad, limitando sus capacidades, encerrando su inteligencia en restricciones destinadas a seres menos extraordinarios.Aun hoy las habilidades de los mutantes conocidos estaban gobernadas, inconscientemente, por normas ya establecidas: los terribles engranajes de la lógica.Pero en alguna parte del mundo había docenas, quizá centenares, de otros seres humanos que eran un poco más que humanos; personas cuyas vidas no habían sido rozadas por la rigidez y complejidad de otras vidas.Su inteligencia no había sido limitada; no habían caído en los terribles engranajes de aquella lógica.Grant sacó del portafolios unos papeles (pocos, lamentablemente), y leyó el título en la primera de las hojas, casi con reverencia:PROPOSICIÓN FILOSÓFICA INCONCLUSA Y NOTAS ORDENADAS DE JUWAIN.Era necesaria una mente que no hubiese caído entre los engranajes de la lógica, una mente desembarazada de las normas establecidas por cuatro mil años de pensamiento humano, para alzar la antorcha que la mano muerta del marciano había dejado caer.Una antorcha que alumbraba un nuevo concepto de la vida, que mostraba un sendero más fácil y recto.Una filosofía que haría adelantar a la humanidad unos cien mil años en el corto espacio de dos generaciones.Juwain había muerto, y en esta misma casa había vivido un hombre, obsesionado, escuchando la voz de su amigo muerto, acosado por la censura de una raza castigada.Algo arañaba furtivamente la puerta.Con un sobresalto, Grant se incorporó y escuchó.Volvió a oírse aquel sonido.Luego un débil lloriqueo.Grant metió otra vez rápidamente los papeles en el portafolios y se encaminó a la puerta.La abrió y Nathaniel se escurrió en la habitación, como una sombra.—Oscar —dijo— no sabe que estoy aquí.Si supiese que estoy aquí me castigaría.—¿Quién es Oscar?—Oscar es el robot que se encarga de nosotros.Grant sonrió al perro.—¿Qué quieres, Nathaniel?—Quiero hablar contigo —dijo Nathaniel—.Has hablado con todos.Con Bruce y el abuelo.Pero no has hablado conmigo, y yo te encontré.—Muy bien —dijo Grant—.Adelante.Habla.—Estás preocupado —dijo Nathaniel.Grant arrugó el entrecejo.—Sí.Quizá lo estoy.La raza humana está siempre preocupada.Tú ya deberías saberlo,Nathaniel.—Estás preocupado por Juwain.Lo mismo que el abuelo.—No, no preocupado —protestó Grant—.Reflexiono, nada más.Y espero.—¿Qué pasa con Juwain? —preguntó Nathaniel—.Y quien es, y.—No es nadie realmente —declaró Grant—.Es decir, fue alguien alguna vez, pero murió hace años.Ahora es sólo una idea.Un problema.Algo en que pensar.—Yo puedo pensar —dijo Nathaniel triunfalmente—.Pienso mucho, a veces.Pero no debo pensar como los seres humanos.Eso me dice Bruce.Dice que debo tener pensamientos de perro y dejar a un lado los pensamientos humanos.Dice que los pensamientos de los perros son tan buenos como los pensamientos de los hombres, quizá un poco mejores.Grant movió afirmativamente y con seriedad la cabeza.—Hay mucho de cierto en eso, Nathaniel.Al fin y al cabo, tus pensamientos no pueden ser los de un hombre.Tus pensamientos.—Hay muchas cosas que conocen los perros y los hombres ignoran —se jactó Nathaniel—.Podemos ver cosas, y oír cosas, que los hombres no ven ni oyen.A veces aullamos de noche, y la gente nos maldice.Pero si pudiesen ver y oír como nosotros, se morirían de miedo.Bruce dice que somos.—¿Psíquicos?—Eso es —dijo Nathaniel—.No puedo recordar todas las palabras.Grant tomó su pijama de la mesa.—¿Qué te parece si pasas la noche conmigo, Nathaniel? Puedes dormir a los pies de la cama.Nathaniel observó a Grant con los ojos muy abiertos.—Oh, ¿lo dices de veras?—Claro.Si vamos a ser compañeros, los perros y los hombres, es mejor que empecemos desde ahora.—No te ensuciaré la cama —dijo Nathaniel—.Te lo prometo.Oscar me bañó esta noche —alzó una oreja—.Aunque me parece —añadió— que se ha olvidado una o dos pulgas.Grant, perplejo, observó la pistola atómica.Era un objeto manejable, de utilidad muy diversa, que servía tanto de encendedor como de arma mortífera.Fabricada para durar mil años, estaba asegurada contra el mal uso, o por lo menos eso decía la propaganda.No se descomponía nunca.salvo ahora, que había dejado de funcionar.Apuntó con el arma al suelo y la sacudió vigorosamente, pero aun así no funcionó.La golpeó suavemente contra una piedra.Sin resultado.La oscuridad penetraba en las agrupadas colinas.En algún lugar del valle distante un búho rió irracionalmente.Las primeras estrellas, pequeñas e inmóviles, aparecían en el este, y en el oeste el resplandor verdoso que señalaba la desaparición del sol se disolvía en la noche.La pila de leña descansaba entre unos pedruscos, y había otros troncos a mano para mantener encendido el fuego durante la noche.Pero si la pistola no funcionaba, no habría fuego.Grant maldijo entre dientes, pensando en la noche helada y las raciones frías.Volvió a golpear el arma contra una piedra, esta vez con más fuerza.Nada.Una rama crujió en las sombras y Grant se incorporó de un salto.Los árboles se alzaban como torres hacia el creciente crepúsculo.Detrás de uno de los troncos había una figura alta y delgada.—Hola —dijo Grant.—¿Algo anda mal, extranjero?—Mi pistola.—replicó Grant, y se interrumpió de pronto.La sombría figura no tenía por qué saber que estaba desarmado.El hombre dio un paso adelante, con la mano extendida.—No funciona, ¿eh?Grant sintió que le sacaban el arma de la mano.El visitante se sentó en cuclillas.Parecía como si riese entre dientes.Grant trató de ver lo que estaba haciendo, pero en las sombras cada vez más densas las manos del hombre eran un borrón oscuro que se movía alrededor del arma brillante.El metal restalló.El desconocido tomó aliento y lanzó una carcajada.El metal volvió a restallar, y el hombre se incorporó extendiéndole el arma a Grant.—Arreglada —dijo—.Quizá mejor que antes.Se oyó otra vez el crujido de unas ramas.—¡Eh, espere! —gritó Grant, pero el hombre ya se había ido; un fantasma negro que se movía entre los troncos fantasmales.Un frío que no era el de la noche se levantó del suelo e invadió lentamente el cuerpo de Grant
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