[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.»Al menos eso significaba que no había moros en la costa.Volvió a las escaleras, bajó por ellas y fue hasta el patio trasero vallado con piedras que había en la zona antigua de la casa.Encendió de inmediato un cigarrillo.«Cassie gritaría si pudiera verme», se dijo.Pero no podía resistirse.«Lo dejaré algún día.pero no hoy.»El sol era un borrón burbujeante de color naranja oscuro que la rotación de la Tierra arrastraba detrás de las montañas.«Esto es absolutamente maravilloso.No hay puestas de sol así en D.C.»El aislamiento de la finca permitía que los alrededores resultaran mucho más fascinantes.La ciudad era una adicción y sabía que no solo estaba matando a Cassie, sino también a él.Ambos necesitaban alejarse de todo aquello, era la única solución.Allá en la ciudad había estado ciego, como si la supervivencia del mundo dependiera de su siguiente pleito histórico.Ahora podía verlo.Le había costado una esposa y, cuando al fin lo comprendió, una de sus hijas estaba muerta y la otra trataba de matarse entre la terapia y las clínicas mentales.Un día la verdad lo golpeó como un rayo: «aléjate o morirás».Sus ojos recorrieron la prístina casa y los amplios bosques que se extendían por detrás.Nunca en toda su vida se había sentido tan relajado ni tan centrado.«Por favor, Dios, tan solo permite que esto salga bien.»Por ahora, así era.Cassie tenía sus días malos y sus días buenos, pero durante las semanas anteriores parecía haberse sentido realmente a gusto con aquel cambio drástico.Bill se culpaba de la muerte de Lissa; si hubiera estado en casa por las noches, si hubiera sido un verdadero padre para las niñas que había traído al mundo, entonces nada de aquello habría ocurrido.Todavía tendría una esposa, todavía tendría una familia y no solo los restos.Era demasiado tarde para arreglarlo, pero se sentía obligado a reparar el daño que había sufrido Cassie, un daño que su propia negligencia había provocado.Apagó el cigarrillo a medio consumir contra la pulida parte superior de la valla.Detrás de él borboteaban unos arcos de agua que surgían de la estatua blanca y desteñida de alguna diosa griega desnuda.Los rasgos físicos de la estatua eran quizá demasiado explícitos como para poder seguir considerándolos clásicos y de buen gusto.Los pechos de grandes pezones sobresalían como unos dibujos animados X.Las piernas no estaban tan cruzadas como para dejar a la imaginación los detalles genitales.Suscitaba un recuerdo primitivo del sexo, algo que él no había tenido desde hacía mucho.«Dios, estoy babeando por una estatua.»Tras el divorcio, había descubierto que su esposa llevaba engañándolo durante más de un año.Pero en realidad él había estado haciendo lo mismo durante más tiempo y de modo mucho más agresivo.Caras putas de lujo y señoritas de compañía.A veces incluso se lo había montado con socias y becarias, chicas de la edad de sus hijas.«He recibido mi merecido», pensó abatido.Una se había quedado embarazada, y sabía que los 50.000 dólares que le pidió cubrían mucho más que el aborto.Jesús.Pero Bill ya había entrado en los cincuenta.Sus años de carpe diem ya habían quedado atrás, donde tenían que estar.Era hora de ser responsable, para variar.En el pasado, el éxito parecía equivaler a frívolas fiestas privadas llenas de millonarios y prostitutas, celebradas en elegantes casas de piedra rojiza alquiladas mediante cuentas corporativas.No era el modo en que se suponía que la gente debía vivir su vida.A través de las puertas de cristal de cuarterones pudo ver a la señora Conner, que aspiraba una de las salas de estar.«Es mayor que yo pero.Dios, vaya cuerpo.»Ya empezaba otra vez.«Ahora me excita el servicio doméstico».La idea resultaba todavía más triste.Una mujer honrada y trabajadora que nunca había poseído nada, arrollada por la pobreza y la desgracia, y ahí estaba Bill explotándola aún más, aunque solo fuera en su imaginación.«Eres todo un caso, Heydon», se dijo.Y todo era aún peor porque la señora Conner, viuda desde hacía años, estaba claramente prendada de él.«Pero por algún motivo dudo que sea por mi buena planta.»—¿Cómo le va, 'eñor Heydon? —Era Jervis, el hijo de la señora Conner, que apareció por la esquina del patio.«Es un poco corto de luces —pensó Bill—, pero trabaja duro.»—He terminao de poda el jardín —anunció el joven mientras se rascaba la tripa— [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • sp2wlawowo.keep.pl