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.Con el tiempo, comenzó a trajinar drogas y armas para los traficantes del morro y a esconder coca y marihuana en la vagina para venderla en las cárceles cariocas.Hablaba con los presos jefes para poder traficar en la prisión.Pelé nunca fue a la escuela.Siendo aún niño, robaba alimentos en el mercadillo y birlaba carteras en el centro de la ciudad.Cuando comprendió que su madre era prostituta, nunca más volvió a hablar con ella.Se prometió que, si se encontraba de nuevo con los hombres que le llevaban caramelos de mentira, le hacían caricias siniestras y bromas estúpidas para engatusarlo, esos hombres que de vez en cuando se encerraban con su madre en la habitación de la casa en la Zona do Baixo Meretrício, donde él pasaba los días, los mataría.Fue al estadio Maracaná a conseguir casa porque en el morro ya le tenían jurada la muerte.A los quince años era un consumado maleante.Sólo se regeneraría cuando diese un buen golpe.Su madre no fue a su entierro; había contraído una enfermedad que los médicos no pudieron diagnosticar y murió una semana después de que lo hiciera su hijo.Su abuelo materno, compadecido, acudió al entierro, pero en el velatorio afirmó que el chaval había caído en el delito por pura desvergüenza: conocía a varias personas que habían pasado por cosas peores y que eran decentes.Le asestaron el primer golpe en la oreja izquierda, después siguieron dándole por todo el cuerpo.Un pedazo de madera que tenía un clavo en la punta le perforó la cabeza.Le saltó el ojo izquierdo.Le quebraron las extremidades por varios lugares.Sólo pararon cuando creyeron que aquel fugitivo arisco estaba definitivamente muerto.Una mujer incluso pidió clemencia.No le hicieron caso.Colocaron el cadáver dentro de una bolsa de plástico, cruzaron el puente de Los Apês, entraron en la Rua dos Milagres y doblaron por la primera callejuela.—El bicho se está moviendo —advirtió el que lo cargaba.Tiraron la bolsa al suelo, y reanudaron los porrazos sin ninguna compasión.El golpe definitivo, que le rompió el cráneo, se lo asestaron con un adoquín.Siguieron caminando por las callejuelas hasta llegar al portón de una casa en la Rua do Meio.—¡Zé Miau! ¡Zé Miau! —gritó Busca-Pé.Zé Miau apareció deprisa con el dinero.Esperaba aquel encargo con ansiedad, pues aún tenía que arrancarle la cola y la cabeza para cortar la carne en trocitos, adobarla y preparar los pinchos.Además de vender carne asada de gato en la Zona do Baixo Meretrício, Zé Miau trapicheaba con caipiriña, vaselina, revistas porno y pomada japonesa.Con el dinero que habían recibido, los niños fueron al parque de atracciones instalado junto al mercado Leão.Martelo conducía con pericia el Opala robado minutos antes de cometer un atraco en un establecimiento maderero en la Rua Geremário Dantas.Todo había salido bien, pero tuvieron la mala suerte de encontrarse con el coche patrulla de la policía cuando regresaban a Ciudad de Dios.Belzebu reconoció a Inferninho en el asiento de atrás.La policía disparaba al Opala, se le acercaba en las curvas y en las rectas perdía terreno.El Opala bajó la autovía Gabinal a ciento veinte por hora y llegó a la Vía Once.Tutuca le ordenó que tomase por la carretera que daba acceso a la autopista.Lograron mantener bastante distancia.Tras una discusión, optaron por dirigirse a la autovía Bandeirantes, haciendo caso omiso de la propuesta de Inferninho: abandonar el coche y embreñarse en el bosque.Llegaron a la barriada por el Nuevo Mundo y tuvieron el tiempo justo para cruzar el río.Los detectives habían pedido ayuda por radio.Cuando llegaron al lugar donde los maleantes habían abandonado el coche, comenzaron a registrar las casas aledañas; después examinaron el automóvil.Cabeça de Nós Todo no estaba de servicio, pero cuando vio pasar a los policías se sumó a la persecución.Cambió su revólver por la ametralladora de un compañero de servicio.Vio que los tres golfos cruzaban la Rua do Meio y que Tutuca iba delante, con la bolsa del dinero amarrada en el brazo derecho.Cabeça de Nós Todo dio la vuelta a la calle para sorprenderlos.Cuando apenas había asomado la mitad de su rostro por el quino de la esquina, Tutuca lo vio, disparó contra él y saltó un muro.Martelo e Inferninho le imitaron.Cabeça de Nós Todo les siguió: le gustaba la situación.La carcajada de la ametralladora agujereaba muros, espantaba a los gorriones y a todos los seres humanos que presenciaban u oían el ruido de la persecución.Inferninho y Martelo cruzaron la Rua Principal y se escondieron en el Lote.A Tutuca, que se aventuró por el interior, casi lo alcanzaron cuando cruzaba la Rua do Meio.Pasó por el Ocio, por detrás del mercado Leão, y atravesó la Praga do Jaquinha; entró en la calle de la escuela municipal Augusto Magne, se detuvo en la esquina y se agachó.Esperaba que su perseguidor viniese por allí; entonces lo mandaría al infierno.Le extrañó la tardanza del policía.Imaginó que estaría cansado
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